Era la una de la mañana cuando finalmente volví a mi cabaña después de una excursión de medianoche y me derrumbé sobre la cama. Sentí como que apenas había cerrado los ojos cuando mis compañeros de habitación se levantaron para ir en sus excursiones de cada madrugada. Soñolienta, y con los pájaros empezando a rodear la cabaña haciendo ruido, traté de dormir por unos minutos más. Esto fue como empecé cada de los diez días en que mi clase de octavo grado estuvo de viaje en Costa Rica.
Mi escuela había partido de Oregon a las tres de la mañana y llegamos a donde íbamos a quedar en Costa Rica después de tomar dos aviones de cinco horas cada uno, un trayecto en autobús que duró cuatro horas y un paseo en barco por una hora más. Durante nuestro tiempo en Costa Rica, nos quedamos en un centro de estudios ecológicos en medio de la jungla y ahí tuvimos muchas aventuras.
Un día fuimos a una isla donde nadamos en el mar por horas. Nunca me he quemado, pero ese día tuve quemadura de sol tan feas que mi cara era irreconocible. Otro día fuimos a reconstruir una escuela y nuestras botas se llenaron de hormigas que nos atacaron sin compasión. Mi día favorito fue cuando fui en tirolina hasta una plataforma en los árboles donde pude ver monos aulladores. Sin embargo, después de bajarnos de la tirolina, los monos nos persiguieron por el bosque.
Hay un dicho que tienen en Costa Rica: “pura vida”. Ahí aprendí su sentido. Fuimos atacados por medusas, hormigas, garrapatas y monos. Pero mientras tanto, estábamos en un paraíso sin comparación. No dormí mucho, pero me desperté con los sonidos brillantes de pájaros exóticos. Estábamos rodeados por una jungla llena de peligro y belleza. Cosas buenas, cosas malas. Derrotaciones y triunfos. Pura vida.